sábado, 1 de marzo de 2008

(1) Peripecias de un pueblo: entre agua salada y agua dulce

(Primera de dos partes)

Publicado en Diario de Colima
El 5 de agosto de 2007

Miguel CHÁVEZ MICHEL*

DESDE la infancia aprendimos de nuestros mayores que el agua es indispensable para la vida del hombre, de los animales y las plantas y que debemos enseñarnos a no desperdiciarla. También se nos comentó, que las grandes civilizaciones prosperaron en los valles de los grandes ríos y que muchas de ellas desaparecieron cuando los abastecimientos del agua fallaron o no fueron utilizados correctamente.

Estas eran parte de las enseñanzas que recibíamos, en amenas charlas, de mi bisabuela materna Julia García Plazola viuda de Araíza, que noche a noche, sentada en un equipal rodeada por bisnietos y amigos de la infancia, nos maravillábamos contemplando el cielo, los astros y el hermoso espectáculo que nos ofrecía el firmamento.

En ese entonces, transitábamos la primera mitad de la década de mil novecientos cincuenta. Armería solo contaba con una pequeña planta de luz que funcionaba en horarios discontinuos: de las ocho a la diez de la noche para abastecer de energía los hogares y escasas luminarias de alumbrado público y de las cuatro a siete de la mañana, para suministrar de corriente eléctrica a los molinos de nixtamal de Don Juan Cervantes Saldivar, Tomás Pineda Gutiérrez, Juan Sánchez Sánchez, J. Jesús Ortiz Martínez (Colonia Independencia), Heriberto Silva y Doña María Hernández Herrera.

En este espontáneo escenario de comunicación familiar en donde, de generación a generación se transmitían las experiencias de vida y los usos y costumbres de la época y que hoy conocemos con el nombre de historia oral, mi bisabuela nos reseñó la forma en que conoció en 1930 el entonces rancho de Armería, que se integraba por el casco de la hacienda (casa de madera y teja de barro), un viejo galerón habitado por trabajadores y sus familias, una veintena de casas de carrizo y palapa en donde vivían un poco mas de cien avecindados y una estación de bandera del ferrocarril.

En ese entonces, nos decía, que para abastecer de agua a la población solo había dos norias, una al interior de la hacienda y otra en el exterior en un logar conocido con el nombre de la bajada, por la brecha a boquillas (hoy carretera al balneario El Paraíso). En esta última noria, a la que denominaban el “pozo de la bajada” concurrían los avecindados para proveerse de este vital líquido que utilizaban en sus servicios domésticos y también para darle agua a las bestias: mulas, burros, caballos, ganado, etc.

En respuesta a nuestras infantiles interrogaciones recapituló que el motivo de su presencia en Armería fue para visitar a una amiga de nuestra abuela Inés Araíza García que se llamaba “Cuca Almazán”, de quién recibieron invitación para radicar en Cuyutlán. Sobre este particular, nos explicó, que en el mes de febrero de 1932, nuestra abuela Inés Araíza instaló una “fonda” en Cuyutlán para vender alimentos a los salineros y trabajadores de las vías del ferrocarril. Y continuó expresando, que en el mes de junio de ese año se registraron fuertes sismos en el sur de Jalisco y en el estado de Colima, lo que motivó, que nuestra abuela se trasladara de inmediato de Cuyutlán a Cihuatlán, para ver a su hija, o sea, a nuestra madre Magdalena Michel Araíza, que siendo una niña se encontraba al cuidado de nuestra bisabuela Julia García Plazola, en donde también vivían su hermana Rita García Plazola y nuestra tatarabuela Severa Plazola.

Abundando en detalles, nos reveló, que encontrándose mi abuela Inés en Cihuatlán, Jalisco, se enteraron que el 22 de junio de 1932, “el mar se había salido y que había acabado con Cuyutlán”. Luego entonces, con el propósito de rescatar sus pocas pertenencias, como pudieron, entre el 25 y 26 de junio, mi abuela y bisabuela se trasladaron a caballo de Cihuatlán a Manzanillo y luego, en un “armón” del puerto a Cuyutlán, en donde observaron una loma muy grande de arena y escombros regados en lo que fue el pueblo y con imborrable abatimiento, recalcó, “solo quedaron en pie cómo una docena de casas por la vereda de la vía a la playa, las bodegas de los salineros inundadas de agua y mucha gente aglomerada en la estación del ferrocarril. Todo era desolación, hedor a muerte, llanto y pánico en el rostro de los sobrevivientes”.

A raíz de esta adversidad, según testimonios mis padres, la mayoría de los sobrevivientes del maremoto se quedaron a vivir en Armería, entre otros, mi abuela Inés Araíza García, Cuca Almazán, José María Michel Corona (don chemita) con su esposa María Rincón, (padres de Pedro, Pachita y Eusebio Michel Rincón), Francisco Linares (papá de Ernestina Linares Michel de Herrera), Don Guadalupe Rodríguez (a) “el Comino”, Don Francisco Lara Pérez y su cónyuge Francisca Cárdenas, Prisciliano Carrillo esposo de Ernestina Velázquez, Isaac Ramírez Barajas (a) “el perro”, Don Estanislao Delgado (padre del profesor J. Félix Delgado Velázquez), Miguel Camacho, Luis Gómez Michel (a) “el esquilin”, Irineo Rodríguez Córdova, Nicolás Rodríguez, que llegó con el primer coche de sitio y su hermano J. Refugio Rodríguez que en una camioneta de redilas, apoyado por su esposa María Villaseñor vendía frutas y verduras. Así, en 1934, todos mis ancestros: madre, abuela, bisabuela, tatarabuela y tres tíos, Rita García Plazola, María Araíza García y J. Trinidad Araíza García, emigraron de Cihuatlán, para radicar en Armería, hasta su muerte.

En reseñas familiares, en más de una ocasión escuchamos en voz de mi madre, Magdalena Michel Araíza, que cuando los damnificados de Cuyutlán se quedaron a vivir en Armería, al poco tiempo, el gobierno planificó el pueblo y ofreció en abonos unos lotes de terreno urbano y que su mamá Inés compró en noventa pesos un lote por la calle puebla número 19 en donde construyeron una fonda y hostería (actual casa paterna).

También nos describió, que el primer problema al que se enfrentaron los nuevos habitantes de Armería fue la falta de agua potable, ya que, ante el inusitado crecimiento poblacional, el “pozo de la bajada” resultó insuficiente. De ahí que, por gestiones de los agraristas, diariamente el ferrocarril dejaba frente a la estación un furgón lleno de agua que trasportaban desde la estación “Villegas”.

Que ante estos hechos, su maestro de primaria, el profesor Ricardo Guzmán Nava emprendió la tarea de organizar a los agraristas y avecindados y conjuntamente iniciaron las gestiones ante las autoridades de Manzanillo y Colima para que se les apoyara con las obras necesarias para la introducción de los servicios de agua potable. Nos decía, paralelamente a estas acciones, Don Rosendo Corona y Don Leonardo Jaramillo Silva, líderes de los ejidos Armería e Independencia, respectivamente, previa concesión para derivar aguas del río, ya habían iniciado la construcción de los canales de riego “el Armería” y su ramificación “Independencia”.

Que a su vez, el Sr. Jaramillo autorizó para que Don Margarito Cárdenas, vecino de Manzanillo, que apoyaba a los agraristas en la construcción de los canales de riego, iniciara los estudios topográficos que permitieran traer, por gravedad, el preciado líquido desde uno de los predios de la hacienda de “paso del río” que se localizaba por el viejo camino a “Coatán” y que se le identificaba con el nombre del “ojo de agua” del arroyo “charco verde”.

Así, con el apoyo del gobierno del estado que proporcionó los materiales, Don Esthefano Eugenio Gherzi, dueño de la hacienda, otorgó su permiso para la construcción una presa en el citado “ojo de agua”, así cómo para el tendido de la tubería desde ese lugar, hasta el nuevo centro de población. Don Margarito Cárdenas hizo el trazo de la línea de conducción y todos los habitantes, sin excepción, organizados por el maestro Guzmán Nava, se dieron “tareas” para excavar el terrero y apoyar en el tendido de la tubería. Para colocar y ensamblar los tubos de acero se habilitó como fontanero, al policía del pueblo, el Sr. Pascual Escobedo, quién por cierto, hasta su muerte, fue el fontanero del municipal.

Para la distribución del agua, se construyeron “hidrantes” de cemento en las esquinas y dos enormes pilas de agua, una frente al jardín y otra en la colonia “Independencia”. Que hasta la década de los cuarenta, se inició, por las calles, el tendido de tubería para proporcionar el servicio de agua, a través de tomas domiciliarias. Y que, para aumentar la presión del agua, se construyó un tanque de almacenamiento en el extremo sur del “cerro de la cruz”, (actualmente se encuentran restos de ese tanque en el corte que hicieron al referido cerro para construir en 1949 la carretera Colima – Manzanillo, hoy avenida Cuauhtémoc, a un costado de lo que fue la zona de tolerancia). Cómo anécdota popular, también se nos comentó que el referido tanque de almacenamiento nunca fue utilizado, porque el agua jamás subió.

Muchos años después, comentando con mi amigo el ingeniero Enrique Alcocer Acevedo la problemática que enfrentábamos para el abastecimiento del agua potable a las colonias de la ciudad de Armería, me glosó las causas por las que en 1961 cambió el “sistema del charco verde” que surtía por gravedad el agua domiciliaria, por el “sistema de presión” mediante la perforación de un pozo profundo y la construcción de un nuevo tanque de almacenamiento.

Entre otras palabras, explicó: “en el ciclón del 27 de octubre 1959, martes por cierto, la precipitación tan abundante de la venida del río armería, que inclusive derribo el puente carretero, deshizo o desintegró todo el acueducto que venia del charco verde porque la línea de conducción se localizaba exactamente en el carril de la margen derecha del río, lo que propició, que al crecer el río, se medio taponearan los claros del puente, lo que originó que se hiciera un remanso lo que favoreció para que subiera mucho el nivel del agua, destruyendo con la fuerza de la corriente, toda la tubería”.

“Consecuentemente, Armería se quedó sin agua. A los cuatro días de haber pasado el ciclón, el ingeniero Arturo Noyola Reina que era el Gerente de Recursos Hidráulicos y su servidor el ingeniero Enrique Alcocer Acevedo que era Residente General de obras del municipio de Tecomán, hicimos el recorrido caminando a la inversa partiendo del puente del ferrocarril, donde ya se veía la tubería destrozada hasta el charco verde, para ir detectando las averías sufridas e inmediatamente hacer las conexiones correspondientes con la nueva aportación de tubería, y a su vez, acoplando los tramos que habían sido desconectados de la línea de conducción general”

“Total, en una semana se restableció el servicio con esa acción, pero de ahí, previo análisis de la problemática, se tomó la decisión de ya no depender del charco verde, por los altos grados de contaminación que presentaba el agua proveniente de ese nacimiento (charco verde), que no era recomendable para el consumo humano, ya que allí, abrevaban ganado y bestias y además, se iba a bañar la gente. Resultado, la calidad del agua era muy cuestionada para aspectos de salud. Conclusión, se tomó la decisión de perforar un pozo profundo”.

Continuara el próximo domingo…

*El autor es miembro del Consejo Estatal de la Crónica, la Asociación Colimense de Periodistas y Escritores, y la Asociación de Cronistas de Pueblos y Ciudades del Estado de Colima.


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