lunes, 18 de octubre de 2010

Las “Cuerdas” de la Revolución a su paso por Armería

Capítulo primero del libro “Crónicas de la Revolución en Colima”. Edición de la Secretaria de Cultura del Gobierno del Estado. Trabajo colaborativo de los diez Cronistas Oficiales de los Municipios del Estado de Colima. Se encuentra en imprenta y será presentado en la segunda quincena de noviembre de 2010.

Miguel Chávez Michel

Una de las acepciones que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española da a la palabra “cuerda” es la siguiente: “conjunto de presos atados juntos”. Desde la más remota antigüedad, fue una práctica humillante para el traslado de esclavos o reos. Lejos estaban entonces, las declaraciones de los derechos del hombre, y más aún, los actuales derechos humanos. Fueron épocas en la que, los procedimientos de sometimiento al orden establecido – o mejor dicho al poder- tenían que ver con la violencia, con la dureza, con la energía y, naturalmente, con la tortura en sus más diversas aplicaciones.

Para nadie es desconocido que mediante “cuerdas” se llevaban a las prisiones los presos más peligrosos o aquellos que, por razones políticas, significaban la inminencia del desplazamiento político. La peligrosidad de un detenido no tenía que ver solamente con su violencia física, considerada la característica más común de los peores criminales. La temeridad de un prisionero podía medirse también en razón de su popularidad y de sus seguidores. Por eso la Inquisición en tiempos lejanos procuraba la tortura más cruel como instrumento de confesión infalible. Y los inquisidores – casi siempre vistiendo hábitos talares-, ordenaban la presentación de los acusados nada menos que en largas “cuerdas” para ponerlos frente a sí y juzgarlos con la severidad de quien teme el crecimiento de las “malas yerbas” sociales. Pero la “cuerda” era un medio, no un fin. Y ahora tenemos que referirnos a ella en ese tenor.

En efecto, durante la época colonial, con el argumento de controlar, en la medida de lo posible el bandolerismo y lo que consideraban una plaga de salteadores de caminos, en 1719, se creó el “Tribunal de la Acordada”, el cual funcionó hasta 1813, en donde, “Además de azotes, trabajos forzados, presidio y muerte, los más peligrosos eran condenados a la horca o a través de cuerdas, los reos, eran enviados a Cuba, Florida y a las Filipinas”.

En el México independiente, mediante la ley del 2 de abril de 1835, para evitar la fuga de convictos, se reglamentó la conducción de “cuerdas de reos destinados á presidio”. Además, durante el gobierno de General Porfirio Díaz Mori, el 10 de junio de 1898, se reformó el artículo 5º de la Constitución de 1857, con lo que: “se agregaron restricciones a la libertad del trabajo, estableciendo la posibilidad de trabajos obligatorios como penas impuestas por la autoridad judicial. Así, fueron famosas las cuerdas de reos hasta la zona henequenera de Yucatán o a través de cuadrillas, realizar trabajos forzados en los caminos y carreteras del país”

En penosas “cuerdas” mandó el dictador Porfirio Díaz Mori trasladar desde Sonora y Sinaloa a los indios yaquis que pretendieron emanciparse de las haciendas explotadoras rebelándose con rudeza. La respuesta porfirista no se hizo esperar. Deportados en “cuerdas” inhumanas y sangrientas, fueron llevados a Yucatán a trabajar en los campos henequeneros donde fueron diezmándolos sin piedad y como “ejemplo” para futuros revoltosos. Por consiguiente: “La deportación de hombres, mujeres y niños yaquis sin excepción hacía el centro y el sur de México, fue adoptado como política en 1902-1903. Entre 1903 y 1907, el gobernador Rafael Izábal informó que había reportado personalmente a unos dos mil yaquis”. Luego entonces, no es extraño, que, entre las tropas más aguerridas y sanguinarias de las filas revolucionarias, se encontraban los indios yaquis, que se sumaron al movimiento armado con el deseo de vengarse de sus verdugos.

En esta misma vertiente, se hizo célebre el libro “México Bárbaro”, obra del periodista norteamericano John Kenneth Turner, reportero del “The American Magazine”, quien dio a conocer los horrores de la explotación – esclavismo, lo llamó él- de miles de indígenas mayas y yaquis, así como ciudadanos coreanos, que capturados en “cuerdas” y sometidos a trabajos infrahumanos, eran vilmente usados en las haciendas productoras de henequén de que eran dueños unos cuantos poderosos terratenientes sureños. Turner reveló al mundo en su libro el verdadero México de Don Porfirio. La mayoría de esos indios trabajaban a cuenta de “deudas” impagables y muchos de ellos habían sido llevados a los campos henequeneros como castigo por delitos insignificantes pero magnificados por los caciques de la región. Entre aquellos poderosos esclavistas mexicanos yucatecos se contaba nada menos que Don Olegario Molina, que fue incluso gobernador en los tiempos de Don Porfirio. La gran mayoría de esos pobres hombres tuvieron como forma de “reclutamiento” la vil “cuerda” en que llegaron presos.

Frente a ese contexto nacional, hay que citar la excepción de Colima, donde las “cuerdas”, a nivel local, no fueron precisamente muy usadas. Pero hay que recordar el hecho evidente, que siendo como es nuestro territorio, gracias al ferrocarril, paso obligado hacia el centro del país o fuera de él, necesariamente fue escenario de espectáculos tan bochornosos y humillantes como las “cuerdas de reos” en tiempos de la Revolución e incluso en períodos más próximos.

El tren venía prestando sus servicios en nuestro Estado desde 1889 con una vía angosta que era recorrida por el convoy entre Manzanillo y Colima. Y su categoría ferroviaria fue ampliada con la inauguración, en diciembre de 1908, de la vía ancha que enlazó a Colima con Guadalajara. Antes de 1908, las vías del tren procedentes de la capital del país, terminaban en el pueblo de Tuxpan, Jalisco. Don Porfirio Díaz mandaría construir el tramo restante y comunicaría definitivamente a Colima con el progreso inaugurando la nueva vía con una solemne visita que implicó días de fiesta.

De modo que el tren fue por largo tiempo, el mejor medio de comunicación con que contábamos. Y eso lo convirtió, también, en el centro de atención de la agricultura, del comercio, de la sociedad y de la política local. Basta decir que el tren traía o llevaba noticias hacia o desde el centro de la República. Y era el natural medio de transporte que usaban “los de arriba” y “los de abajo”, si queremos parafrasear al novelista Mariano Azuela.

El tren de vía ancha, obra irrefutable de Don Porfirio Díaz, fue palanca del progreso regional. Para la construcción de la nueva vía, quizá influyó en el ánimo del viejo dictador, el Colima que conoció en 1872, cuando estuvo de incógnito en nuestro Estado promoviendo el Plan de la Noria. En aquellos lejanos días, el viejo caudillo era joven aun y tuvo que sortear el fatigoso camino entre el puerto de Manzanillo y la capital del Estado en un penoso y cansado viaje. Volvería hasta diciembre de 1908 pero convertido ya en el primer magistrado de la nación y a bordo del moderno y lujoso tren presidencial.

Nuestro Estado, bien comunicado ya en tiempos de la Revolución, y como entidad territorialmente pequeña, no debemos desdeñar la facilidad con que se suscitaban hechos que, sin llegar a los extremos de otras regiones, generaban malestar y descontento entre las clases menos pudientes. Por ello, en esta tesitura, aseguré, líneas arriba, que las “cuerdas de reos” no fueron tan comunes como en otras regiones, posiblemente, debido al profundo regionalismo local y al hecho incontrovertible de que en Colima ha sido proverbial la idea de que todos “somos una gran familia”.

Sin embargo no podemos olvidar los duros reclamos que sobre este contexto escribió el ameritado maestro colimense: Don Manuel Velázquez Andrade, quien nos describe precisamente a las “cuerdas” en los siguientes renglones:

“… el despotismo y las arbitrariedades eran la ley callada; el miedo y la adulación de los empleados y amigos les daba ´razón y poder´ a las autoridades supremas, las que componían el gobernador, el prefecto político y el comandante de la policía.

Las garantías individuales eran letra muerta. Las autoridades de carácter federal, como el juez de distrito, antes de amparar a un quejoso, consultaban el caso con el gobernador, y si no lo hacían perdían su apoyo y amistad; si el gobernador estaba de acuerdo procedía la detención, si no, la negación a dicho amparo; no existían fuerzas militares permanentes. Periódicamente, contingentes de los batallones 20 y 24, con sus matrices en Guadalajara, llegaban a Colima protegiendo alguna conducta (remesa de dinero) o armamento que el Gobierno Federal mandaba a los estados de Sinaloa, Sonora y Baja California, por el puerto de Manzanillo. Al regresar la tropa del desempeño de su comisión a su cuartel en Guadalajara, conducía inesperadamente a una leva o el envío de ´cuerdas´ formadas por jornaleros del campo acusados por los hacendados o caciques municipales de ser elementos sociales de mal vivir, indeseables en la localidad. La “Cuerda” la formaban hombres atados de los codos por la espalda y a manera de una sarta de ajos. Era conducida en medio de dos hileras soldados que tenían igual procedencia…”.

Ya podrá entenderse el airado tono de quienes, como el maestro Velázquez, vivieron y sufrieron el lamentable espectáculo de las “levas” y las “cuerdas”. Y conste, que a él, le tocó presenciar esos padecimientos sociales en pleno siglo diecinueve, cuando eran esos mecanismos cosa común.
Sobre este mismo tema, Don Ricardo B. Núñez nos relata:

“….las levas tenían lugar en el mercado y en las plazas - recibían presos de la cárcel misma, o bien era sorprendida la gente en la calle al salir de algún espectáculo público, como eran las funciones teatrales o el palenque de gallos. La política de las levas y las “cuerdas” era la política ´moralizadora´ y de ´regeneración social´ de un régimen de gobierno sin freno ni responsabilidad ante la ley…”.

A mayor abundamiento, El mismísimo General Ángel Martínez, quien a partir de 1870 se convirtió en el dueño, amo y señor de la “Hacienda de Paso del Río”, cuando iniciaba su carrera militar de triunfos y de gloria, en más de una ocasión, para reponer las bajas habidas en combate, arengaba a sus soldados a “recoger leva”, según su decir,

“…para luchar por la patria. Debe advertirse que eso de ´recoger leva´, era uno de los procedimientos de la época para formar el ejército, lo que no quiere decir, que todos los soldados fueran forzados, sino que a él se recurría en circunstancias aciagas, como la presente…”

Y cosa común era, además, que todos los viajeros hacia Manzanillo o procedentes de él, tenían por fuerza que pisar las tierras de la entonces ranchería de Armería, situado en los márgenes del río del mismo nombre y que es ahora cabecera del benjamín de los municipios, pero que, en aquel tiempo formaba parte de la jurisdicción de Manzanillo.

En los inicios del siglo XX, Armería, con un poco más de cuatrocientos habitantes era una localidad rural que carecía de los servicios más elementales, las:

“…120 viviendas, catalogadas como chozas o jacales en el Censo de 1900, se registraron, de una habitación, donde comían, dormían y vivían los trabajadores dependientes de la hacienda, y estaban ubicadas, la mayoría, alrededor de la casa grande, en cuya parte trasera había un extenso corral y un establo, y donde se ubicaban también las bodegas de almacenamiento y procesamiento de las producciones de la propiedad. Un camino cercano unía a Armería con Cuyutlán, Tecomán y Manzanillo, al igual que el ferrocarril que desde 1908 funcionó de manera regular entre Manzanillo, Colima y Guadalajara…”

En lo que en la actualidad comprende el Municipio de Armería, desde el último tercio del siglo XIX e inicios del siglo XX, alcanzaron su máximo esplendor productivo las Haciendas de Armería, Cuyutlán y Paso del Río. Durante la Revolución, fueron propietarios, de la primera, Doña Isaura y Juana Vidriales; de la segunda, Francisco Santa Cruz Ramírez y de la tercera el Dr. Albert J. Ochsner, rico financiero que radicaba en Chicago y cuyos bienes administraba Don Stephano Gherzi.

Don Tomás Guevara Contreras, que compraba el coco de aceite en la Hacienda de la Armería y luego lo revendía a los fabricantes de aceite de coco y de jabones en la capital del Estado, reseñaba, que durante la Revolución, en esta zona, nunca se registró un solo combate entre los grupos en pugna. Más sin embargo, los hacendados en comento, en más de una ocasión, se vieron obligados a proporcionar apoyos económicos, principalmente, a los gobiernos afines al usurpador Victoriano Huerta.

Más que querellas revolucionarias, entre las pocas incursiones militares documentadas en el terruño, estas, fueron irrupciones desbordadas por las pasiones o deseos de venganza, como la cometida por Agustín Saucedo en la Hacienda de Paso del Río (Periquillo) en el mes junio de 1914:

“…motivada por el asesinato de su tío Don Justo Saucedo, hizo que, en unión de unos de sus amigos de ese lugar, fuera a la hacienda de Periquillo, lugar donde se encontraba de administrador Gilberto Morales, que al decir de Saucedo, era quien le había pagado a un individuo de Tepames llamado Apolonio Centeno, para que por determinada cantidad asesinara a su tío. Entre sus acompañantes se encontraban Francisco Árcega, Aurelio García, Ascensión Escudero, Ramón Torres, Gumersindo Preciado, Nicolás Martell y Evaristo Rivera. Todo el grupo que acompañaba a Saucedo sumaban más de 50 personas y con ellas sitió el casco de la hacienda; penetró por la escalera de madera, que conducía a las habitaciones del segundo piso y después de preguntarle a Enrique Solórzano Béjar, empleado de la hacienda, por la persona a quien buscaba, se le contestó que no se encontraba allí, tras de lo cual procedió a buscar en todas las dependencias de la finca a Gilberto Morales, el cual al darse cuenta que era el buscado salió de la habitación en que dormía, casi desnudo, brincó por una ventana y cayó detrás de un pequeño arbusto en donde fue encontrado y conducido a Tecomán. Allí se le vistió con ropa que no era la de él, se le paseó montado en un burro y se le ató al cuello un cartel escrito con frases malsonantes; llevado a la puerta del panteón fue fusilado y quién dirigió la ejecución fue Agustín Saucedo, de acuerdo a las ordenes de fusilamiento que el mismo Alamillo dictó…”

Con diferente enfoque, durante el constitucionalismo, la misma Hacienda: “…fue escenario de actuación del bandidaje villista y huertista, que realizaron robos de ganado, robos de producción de palma de coco e intimidación a los habitantes. Gherzi siempre se quejó de las incursiones de los bandidos en la propiedad, tanto con las autoridades constitucionalistas como con los representantes del gobierno estadounidense, protectores de los bienes de los nacionales del país vecino. Ante la frecuencia de los ataques, en 1915 Gherzi manifestó que los daños ascendían a más de 40 mil, principalmente, por el robo del ganado, por lo que solicitó la autorización para contar con 20 guardias armados y la protección del ejército, así como exigió la pronta estabilización de la región ante Juan José Ríos, gobernador y comandante militar del estado. Ochsner, desde Chicago, presionaba también a las autoridades mexicanas, estatales y federales, para que protegieran al dominio, "por ser de alta productividad y beneficio para la economía de Colima."

A su vez, en la Hacienda de Armería: “…La Acordada militar, cuyos miembros eran Francisco Cosío, Andrés Villa, Martín Hernández, Mariano Cervantes, Pedro Rodríguez, Eutimio Hernández, Silverio Ramírez, Toribio Maravillas, Fermín Torres, Lino Cervantes e Ignacio Bazán, empleados de confianza de las Vidriales, fue atacada en abril de 1920 por una gavilla de bandidos de 20 miembros, que asesinaron a tres de sus miembros e hirieron a otros dos más. La inseguridad ocasionada por ese enfrentamiento ocasionó la paralización de las actividades de la hacienda en ese año, por lo que las propietarias perdieron una gran cantidad de ganancias, pues no se pudo comercializar la producción de coquito y de palma. A pesar de los problemas, Isaura Vidriales, ahora viuda de Núñez, logró ampliar las actividades de Armería desde 1923, cuando se decidió explotar las maderas, la realización del procesamiento del coco de aceite y la ampliación de los cultivos de maíz. Para tal efecto, se llevaron a cabo nuevas inversiones para construir las instalaciones donde se establecería la maquinaria para el procesamiento de la madera y la elaboración del coco de aceite…”

Así, en tiempos de la Revolución, este Armería nuestro fue contexto, sobre todo en su estación del ferrocarril, de hechos que quedaron marcados en las conciencias de sus habitantes. Ahora puede sonar pretensioso, quizá frío, pero en aquellos años fue común que los vecinos, incluidos mujeres y niños, se aterrorizaran, cuando observaban la travesía, de tropas de uno u otro bando revolucionario.

En esta confusa etapa de nuestra microhistoria, lo más común, era observar, en su traslado por Armería, el triste espectáculo que ocasionaba el paso de “cuerdas de reos”, ya fuera de Manzanillo al presidio de San Juan de Ulúa o del centro del país al penal de las islas Marías. En ese entonces, la “estación Armería” era una parada necesaria para aprovisionarse de agua que requerían las locomotoras de vapor de aquel entonces. Su corta estancia propiciaba angustia y consternación entre los sorprendidos pobladores, que por usos y costumbres, concurrían en masa a las llegadas del tren.

En este ambiente, Doña Venturita Ruelas, en vida, comentaba, que:

“…era deprimente, mirar los vagones tipo jaula, repletos de gente amontonada, atados como animales, quienes, sacando sus manos imploraban agua o alimentos. Alguna vez vi el rostro de uno de los revolucionarios que eran llevados en una ´cuerda´. Los ojos ensangrentados por las golpizas propinadas, la ropa desgarrada y sucia y el rostro lacerado. Los curiosos que nos aproximábamos a los vagones, éramos alejados, sin cortesía alguna, por las milicias que los escoltaban…”

Una de las “cuerdas de reos” más estudiada y de mayor impacto en la región fue sin duda la de los líderes de la Huelga de Cananea, Sonora:

“… sus cabecillas Esteban Baca Calderón, Manuel M. Diéguez, Carlos Guerra, Crisanto L. Diéguez, Ignacio Paco, José López, Francisco Ibarra Y Telésforo Martínez… fueron condenados a quince años de prisión en las mazmorras de San Juan de Ulúa, en Veracruz. Entonces, por instrucciones del Gobernador de Sonora, Rafael Izabal, sujetos en una ´cuerda´ se les envió a Guaymas Sonora… de ahí, por barco a Manzanillo… en tierras colimenses, fueron conducidos a pie desde el puerto de Manzanillo hasta la capital del Estado… pasaron por Armería. De hecho se tenían órdenes de llevarlos así, amarrados, descalzos por entre los arenales y a veces por entre los guijarros del difícil camino de esa región costera… Después de una escala en Colima los llevaron a la Estación de Tuxpan, Jalisco… Era el mes de enero 1907 y en esos años todavía no existía en el Estado de Colima el tren vía ancha, que estaba construcción… De Tuxpan los pasaron a Guadalajara… Luego los condujeran a México… y finalmente Veracruz…”

Con relación a este acontecimiento, Don Ricardo B. Núñez, en su libro de la “Revolución en Colima”, escribe:

“…El Lic. Enrique 0. De la Madrid, qué a la sazón gobernaba este estado… Solía salir en su carretela a darse cuenta personalmente del estado que guardaba la ciudad…En ese año de 1907, en su paseo matinal que hacía en el vehículo tirado por caballos, vio que entraban a la capital del estado, por el camino conducía a Manzanillo, varios soldados de la Federación que custodiaban a varios individuos amarrados de las manos. El gobernante inquirió con el jefe del grupo sobre el porqué de aquello, identificándose como el primer magistrado del estado, y a continuación so le hizo saber que aquellos individuos eran algunos de los cabecillas que habían dirigido a los huelguistas de Cananea, los cuales, por disposición del gobernador de Sonora eran remitidos a San Juan de Ulúa prisión que por ese tiempo servía para alojar a los desafectos del régimen imperante. Habían sido desembarcados en el puerto colimense y tenían que hacer la caminata a pie hasta Tuxpan, lugar que era la terminal del ferrocarril.

—Creo que irán cansados esos hombres — le dijo don Enrique al comandante de la tropa—; voy a ordenar que se les faciliten bestias para que puedan llegar bien hasta donde aborden el tren. —Y así se hizo. Algunos años después, cuando el general Manuel M. Diéguez era Gobernador Provisional de Jalisco, tuvo noticia de que entre las personas presas en el Cuartel Colorado de Guadalajara se encontraba el Gobernador de Colima, Enrique 0. De la Madrid, inmediatamente ordenó que fuera llevado a su presencia, diciéndole éstas a parecidas palabras: ´Cuando era usted Gobernador de Colima´, ordenó que a mis compañeros de huelga y a mí se nos facilitaran caballos para no caminar a pie hasta Tuxpan; hoy, en reciprocidad lo pongo en libertad absoluta”. Grande fue la sorpresa que recibía el ex gobernador con aquella acción, quedando sellada la amistad entre ambos desde esa fecha…”

En 1924 pasó por la estación del tren de Armería otra célebre “cuerda” de prisioneros, procedente de la ciudad de Guadalajara con destino al puerto de Manzanillo. En este convoy trasladaban, nada menos que al acreditado General Lázaro Cárdenas del Río. Sobre este tema, contextualizo:

En 1923 hubo elecciones presidenciales. El candidato de Álvaro Obregón era el General Plutarco Elías Calles. Otros grupos apoyaban a Don Adolfo de la Huerta. En diciembre de ese año, la segunda de las facciones, se levantaron en armas, argumentando que no estaban de acuerdo con el dedazo de Obregón en favor de Calles.

Concerniente a estos acontecimientos, el sus memorias, el General Lázaro Cárdenas nos participa:

“…Durante la rebelión delahuertista fui designado por el General Obregón, Jefe de una columna de caballería de mil hombres para marchar de Michoacán a Jalisco a operar en la retaguardia del General rebelde Enrique Estrada, que se encontraba concentrado con sus fuerzas en Ocotlán, en las márgenes del río Lerma - Santiago. En el Combate sostenido en el puerto de Huejotitlán, Jal. Contra las fuerzas del General Estrada caí herido y prisionero…”

El escritor norteamericano William Cameron Townsend en su libro “Lázaro Cárdenas, Demócrata Mexicano” escribe.

En 1924: “…el General Lázaro Cárdenas fue prisionero de sus enemigos que lo trasladaron formando parte de una “cuerda” de prisioneros de guerra, - aunque no atado - en el carro-caja L.N. 13050 el 19 de febrero de ese año, tras haber resultado perdedor en la batalla de Teocuitatlán de Corona, Jalisco. Algunos de sus amigos, como Ladislao Moreno Barreto, intentaron verle en la Estación de Armería, pero no consiguieron hacerlo sino hasta la de Manzanillo…”

Las reseñas en comento, son ejemplos de las numerosas “cuerdas” que tan solo en tiempos de la Revolución, pasaron por Armería. En fechas posteriores, está práctica se incrementó durante el movimiento cristero, pero éste será tema de estudios posteriores. En esta dirección, resumo: en la memoria colectiva de nuestros mayores, aún se conservan numerosas y conmovedoras anécdotas sobre estos lamentables acontecimientos. Lastimero espectáculo que presenciaron, por muchos años, como parte de su cotidianidad, los chiquitines, hombres y mujeres curiosos que, al grito de “ahí viene el tren” se concentraban en la estación del ferrocarril. Para sorpresa de todos, en más de una ocasión se trataba de una nueva “leva” o “cuerdas de reos”.


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