martes, 4 de diciembre de 2007

(1) LXXV Aniversario del Ejido Independencia

(Primera de dos partes)

Publicado en Diario de Colima
3 de diciembre de 2006

Miguel CHÁVEZ MICHEL*

En más de una ocasión, a través de mis crónicas y colaboraciones, he reseñado que el crecimiento poblacional de zona agrícola conocida con el nombre de Armería, se debió, principalmente, a tres factores: el reparto agrario que se inicia en 1925 con los ejidos Cuyutlán (16 de febrero) y Armería (2 de abril), los campamentos de ferrocarrileros para labores de mantenimiento y conservación de las vías y el “maremoto” registrado en “Cuyutlán” el 24 de junio de 1932 lo que provocó que los habitantes originarios de otras poblaciones se quedarán a radicar definitivamente.

La dotación de tierras al “ejido independencia” se otorgó el 24 de julio de 1931. Su primera ampliación el 15 de noviembre de 1939 y la segunda el 24 de noviembre de 1994. Para conmemorar el setenta y cinco aniversario de la fundación legal de este centro de población ejidal, los integrantes del actual comisariado que presiden Arnulfo Díaz Lara, Macario y Joel Jiménez Virgen, se dieron la tarea de honrar la memoria de sus fundadores y de todos aquellos compañeros agraristas, que en su tiempo, dieron lo mejor de su esfuerzo para transformar estas tierras otrora inhóspitas en un vergel.

Así, el pasado veintiséis de noviembre, entre otras actividades, se develó un busto de don Leonardo Jaramillo Silva y en emotiva ceremonia recibió merecido homenaje el doctor Vidal Jaramillo Silva, único sobreviviente de aquella generación de nobles y esforzados campesinos que fundaron el ejido independencia.

Tomando como fuente de información el libro de Miguel Ruelas Jaramillo “Armería, pueblo joven que lucha por encontrar su destino”, mi amigo y compañero de la Asociación Colimense de Periodistas y Escritores, licenciado José Alberto Peregrina Sánchez elaboró una hermosa reseña, en donde magistralmente enlazó el temple del brazo campesino con el vigor de la noble tierra armeritense. Este documento fue leído espléndidamente por Arnulfo Díaz Lara. Por su importancia me permito transcribirlo:

“…Elevándose del valle, rumbo al cielo, las laderas del cerrito de la cruz, permiten a quien lo conquiste, poder deleitarse, mirando al sur, suroeste, el valle de un tono turquesa, a las tierras que conforman este municipio; al norte, la serranía salpicada de colores en tiempo de floración; al este y sureste, un verde oro limón, que inicia en la rivera del río Armería y se desdibuja hasta los márgenes del río Cuahuayana.

Así, como una ensoñación, se mira el pueblo de Armería, concepto que ha trascendido, desde una supuesta hipótesis de los misioneros religiosos de la época de la conquista, que su nombre era “Almería” y se refería a un grupo de “almas” en hombres y mujeres de carne y hueso que tendrían que ser evangelizados.

O “Armería”, por interpretación dada por los conquistadores, al decir que se referían a las “armas” que les atribuían a los indígenas de estos alrededores para defenderse de los enemigos. No obstante, también se dice, que algunos mentores de la primera escuela rural federal “Revolución”, enseñaban la idea de que pudiera haberse tratado del lugar donde se armaban las balsas para cruzar el entonces caudaloso río que hoy lleva su nombre.

El nombre dado a una extensión de tierra, importa, ya que es el ser humano, quien la descubre y la somete, para finalmente terminar amándola, porque separarse de ella, significa, no solamente angustia, desesperación, sino añoranza y termina el hombre, haciendo un gesto e sumisión, implorando, encorvando, surcándola, sembrando la semilla, con el ruego y la esperanza de los frutos que le ha d entregar de sus entrañas.

Así, con esos bríos e ilusiones, llegaron por allá, en el año de 1925, un grupo de campesinos, que dejando parte de sus vidas en sus lugares de origen, dijeron hasta pronto, a algunos pueblos del estado de Jalisco, Guerrero y otros, a poblaciones como Villa de Álvarez, Jiliotupa, Ixtlahuacán, y mas, que han quedado plasmados en los libros de la historia, y que, caminando rumbo a lo que ahora es el Paraíso, se encontraron.

Eran once, quienes después de mirarse de frente y hacer un recuento de los acompañantes, se auto-presentaron. Al hacerlo, los nombres se fueron escuchando, confundiéndose con los ruidos y sonidos que salían de las profundidades de aquel paraje inhóspito: naturaleza que los abrazó de inmediato, para nunca jamás dejarlos ir.

En pocas palabras y con reciedumbre se dijeron entre ellos sus propios nombres: Leonardo Jaramillo Silva, Juan Torres Aguirre, Reyes Mendoza León, Ramón Preciado, Luis Montes de Oca García, Apolonio Rodríguez Gutiérrez, Eugenio Reyna García, Ramón Gómez Enríquez, Ignacio Jiménez Bautista, Jerónimo Ávalos y Leonardo Jaramillo Solís.

Viendo su condición y aún sin saber grandes operaciones, o ser letrados, se dieron cuenta que eran once soñadores, que impulsados por los cirios de la revolución mexicana, y sus afanes de progreso, se posesionaron de un espacio territorial, que más tarde sería conocido como “los once pueblos”. Así, enfrentándose al evolucionar el ecosistema, resistieron las lluvias, el calor sofocante, los mosquitos, los zancudos, los alacranes, las víboras, los temblores, los huracanes, inundaciones y las enfermedades endémicas y epidémicas de estos lugares, que se daban solaz, por falta de médico o curandero.

Al respecto, hay quienes relatan, que a los niños que lograban cumplir los dos año, se les hacía plegaria y esculpían los mejores augurios para que llegaran a ser adolescentes y posiblemente viejos; sin embargo, por mas intentos que realizaban para hacer crecer las familias, estas perdían en la lucha a muchos de sus integrantes: no soportaban los embates del entorno.

No obstante, la tierra compensaba las penurias de estos conquistadores de su propia patria, porque les ofrecía en forma abundante, venados, jabalíes, iguanas, armadillos, guilotas, tejones, y en sus aguas, podían pescar chacales, lisas y una gran variedad de otros peces; solo que había que tener cuidado de los caimanes que habitaban en los esteros y ramales del entonces caudaloso río Armería. Así lo documentó el Prof. Gregorio Torres Quintero, en uno de sus cuentos colimotes.

Completaban su dieta, con diversas frutas silvestres, como los chicos, el zapote prieto, los guamúchiles, las guásimas, cocoyules y plátanos aventureros.

Estos guerreros natos, vivían en comunión con su medio ambiente, de tal suerte, que con los materiales que este les ofrecía, construyeron sus chozas apoyándose mutuamente.

La solidaridad, sabían, era la única manera de sobrevivir, ninguno podía enfrentarse solo ante aquel prodigio hecho por la naturaleza, porque reconocieron, que en aquella selva, únicamente podían enfrentarla viviendo en comunidad.

Eso los insto a pregonar lo hermoso del lugar y convencer a otros familiares y amigos para que se integraran al grupo, de tal suerte, que fuera menos azarosa su tarea. Aunque, hay que decirlo, prefirieron en primer termino traer a sus mujeres, para así aumentar la población, era la única manera de equilibrar su estancia con el hábitat.

Llegaron al lugar mujeres que ahora se recuerdan, como Lupe Mesina Navarro, Luisa Campos Nieves, Luisa Ruelas Bazán, Chuy Bejarano, Ignacia Vega, Candelaria Salas y otras más, que desde luego se acompañaron de Doña Felipa Silva, esposa e Don Leonardo Jaramillo Solís y sus dos hijas: Rosa y Ma. De Jesús.

La vida no fue fácil para estos hombres y mujeres, que lucharon con decisión en aquel contexto post-revolucionario, porque además de mantenerse inquebrantables en su voluntad de poseer un pedazo de tierra, tuvieron que luchar para obtener certidumbre y legalidad de su asentamiento, precisamente en aquellas fechas que se había desatado la contrarrevolución “cristera” y los hacendados contrataban “guardias blancas” previéndolos de armas y caballos, quienes en dos ocasiones, les quemaron sus chozas y trataron de cazarlos como animales, por el solo hecho de haberse declarado agraristas que luchaban por un pedazo de tierra.

Así fue la epopeya fundadora de este “ejido independencia”, porque los espacios estaban dominados por hacendados, que no tenían ninguna intención de compartir tan bello e indómito lugar; por tal razón la lucha fue enconada, pero firme, once hombres se alzaban sin darse tregua alguna. Su perseverancia dio frutos, porque el gobierno revolucionario, en el mes de julio de 1931, expropió 750 hectáreas, entre humedad y temporal, mismas que compartieron con otros valientes que se sumaron a la causa agrarista.

Ellos fueron: Don Gerardo Ruelas Pérez, Catarino Ávalos Preciado, Santiago Palomera, Crescencio Michel Vizcaíno, Filomeno Montes de Oca, Pánfilo Peredia Delgado, Salvador Jiménez, Sostenes Pérez Calvillo, Joaquín González Covarrubias, Ignacio Jaramillo Silva, Félix Ruiz, Miguel Preciado Bejarano, Bartolo Carrillo y Mateo Rosales González.

Enfrentando todas vicisitudes que se les presentaron, sin vacilar y siguiendo sus sueños, luchando cada día, unidas todas las familias, que se han mencionado, y otras que pudieran haberse olvidado por el fragor del paso del tiempo, constituyeron el “ejido independencia” y de paso, es de considerarse que fueron los pioneros en este valle, para que otros campesinos no los dejaran solos y se hermanaran en las luchas agraristas, aprovechando, que de oficio, el gobierno revolucionario ya había dictado un poco antes la dotación de tierras de la estación de Armería y el poblado de Cuyutlán.

Trabajaron con muchos sacrificios, pero a sus niños, el medio ambiente se los arrebataba a muy corta edad, pero el desafío era muy grande, y como la designación de un profesor, fue la base jurídica para que se reconociera la existencia de “once pueblos”, de tal manera, que todos se pudieron de acuerdo y trabajaron día y noche, con mucho tesón para elevar el índice de natalidad.

Así, contaron los viejos, que, en un corto plazo, en una enramada, que después fue la escuela, una mañana húmeda y calurosa llegó el “Profe Ticho”, porque ya había suficientes alumnos y tener un maestro fue todo un acontecimiento y ese día no se trabajó, se aprovechó para ponerle el nombre al lugar en donde, chicos y grandes, aprenderían a leer y escribir.

Se convocó a una asamblea para tomar la decisión, nada de lo trascendental, para los habitantes de los “once pueblos”, se hacía de otra manera, la democracia era imperante y participativa.

Después de mirarse entre ellos y no atinar como llamarla, un fundador de los “once pueblos”, habló en voz alta: “si el cura, Don Miguel Hidalgo y Costilla, con puros indios que no sabían leer ni escribir, inició la guerra de independencia, usted Profesor, acompáñenos a iniciar la guerra contra nuestra ignorancia, y haciendo honor a la insurgencia indígena, pongámosle a la escuela por nombre: “Independencia”. Y todos estuvieron de acuerdo con la propuesta de Don Leonardo Jaramillo Solis.

Así se llamó el terreno que cobijó aquella enramada, ahí, en ese lugar, se inició el crecimiento cultural de un poblado y hasta de este rumbo, porque en aquel tiempo, no había ninguna escuela, en lo que hoy es este de Armería, y esperanzados con el fortalecimiento de un ejido, en un amanecer soleado para el impulso de la educación, despegó con fuerza la reivindicación de los derechos sociales de la población campesina armeritense.

Cabe resaltar, que gracias a la necesidad de incrementar el índice poblacional de aquella escuela, llegaron a este mundo, muchos descendientes de aquellos fundadores, algunos de ellos, están aquí presentes. De ahí, el producto de esos árboles, siguieron dando frutos y llegaron al lugar más hermoso del mundo, “Armería, que sigue siendo nuestra tierra…”
Continuará la próxima semana.


*El autor es miembro del Consejo Estatal de la Crónica, la Asociación Colimense de Periodistas y Escritores y la Asociación de Cronistas de Pueblos y Ciudades del Estado de Colima

chavezmichel@colima.com
chavezmichel@gmail.com

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ladylike Post. This record helped me in my college assignment. Thanks Alot

Miguel Chávez Michel dijo...

Traducciòn del anterior comentario IDel Inglès al español):
"...Publica una dama. Este disco me ha ayudado en mi tarea de la universidad. Muchas gracias..."